Ojo de Es Vedrà, Eivissa

A finales de abril, Ibiza aún respira con la calma de las semanas previas al verano. En los caminos de tierra que bordean los acantilados del suroeste, la isla conserva ese aire libre y algo salvaje que muchos asocian con sus raíces más auténticas.

Desde el llamado Ojo de Es Vedrà, una formación natural en la roca que actúa como mirador improvisado, se abre una vista directa al islote. Su silueta aparece recortada al fondo, iluminada por la luz cálida del atardecer que atraviesa un cielo cubierto de nubes bajas. La roca en primer plano, bañada por ese mismo tono anaranjado, contrasta con el azul profundo del mar. La escena queda suspendida entre volúmenes minerales y reflejos suaves, sin apenas movimiento en el agua.

Esta fotografía fue tomada en una de esas tardes en las que la isla todavía no ha cambiado de ritmo. Es Vedrà permanece al fondo, inmóvil, mientras la luz se apaga con lentitud y el mar guarda silencio.